martes, 19 de mayo de 2015

El hombre del cabello invisible

El hombre del cabello invisible


El hombre del cabello invisible se parece a mí.
Y me gustan los pelados.
Los bien pelados.
Los peladitos.
Los pelados incipientes.
Los pelados de peluquín.
Los calvos
y los burucuyás pelados y repelados.
También me gustan los hombres
con todo el pelo sobre la cabeza
(preferentemente los prefiero con cabeza)
y de no ser posible:
los que tienen un pelo de donde colgarse.

Quien no entendió que hay personajes
que patrullan mitos urbanos
tiene ruina pronosticada por falta de empatía,
incendia un sistema revisitado.
Algunos delegados
moderan el sitio
porque disfrutan al hacerlo.
Los malalengua,
chorlitos a destiempo, afeminados,
confunden Libertad con Cualquier Cosa.
La libertad no debe estar amordazada.
Nadie quiere enzarzarse en un pleito de incierto resultado.
Enredados en mil batallas
no tenemos tiempo ni energía para otra más.
Eres una persona culta.
El poder tiene muchos tentáculos y redes
traídos de los pelos.
Imposible tirarse en solitario contra ellos.
Dime qué se podría hacer
ante una decisión tomada e irrevocable,
con orfandad como destino,
y te enviaré un fichero de disculpas,
como si fuera un saxofón ardiendo
en noches filarmónicas de jazz sessions.
Al pelotón de cómplices no les tiembla el pulso
y se encasquetan.
“Relación entre negros y cáscaras de mandarina”
dice un amigo,
sin duda-desnuda.
Soy la novia invisible del hombre invisible.
Sin quererlo, le huele el pelo a caña quemada
y cordilleras de cemento.
Una mente separada de su cuerpo
sugiere un exilio triste.
Y sin embargo,

Noi siamo così felice.

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