martes, 19 de mayo de 2015

Eva en el paraíso.

Eva en el paraíso.



Abrió los ojos.
Degolló al carnero redomado,
como en un ejercicio cotidiano.
Fue la hija del Titán.
La antagonista.
Fue Musa y Venus,
diablo endemoniado.
Caminó sobre el mar con libido de sirena,
donó su vientre
a cambio de un futuro prodigioso.
Amó con el espíritu en la carne.
Un puñado de hojas mustias reverdece
en las manos de vírgenes sinceras.
¿Qué puede adivinar el gato de Schrödinger
que el mes de junio no intuyera de antemano?
¿Qué hay dos rumbos posibles?
¿Nacer-Morir?
¿Resucitar en niebla de Mesías?
Aquí habita nuestro invierno
y lejos el verano
es un anacronismo conocido,
con fatal desenlace para ambos.
Los planos son curvados en el cielo,
en razón de la senda obligatoria.
En el infinito, las paralelas se cortan
y nadie sabe si es verdad la Ciencia.
Las mojigatas flores silvestres se desnudan
en las playas desiertas o con grutas,
y se visten con pieles de cordero
los lobos furibundos,
si las piedras adánicas husmean.
Ha nacido mujer de una costilla
del unívoco efebo de los sueños,
que fuera Hecho de Tierra
con un soplo
de música silbada por estrellas.
En este manuscrito,
con sus versos gastados de epopeya
y vicios de sintaxis por la afasia
de una ausencia precoz,
hay algo de invisible a los oídos
de aquellos que conspiran con visera.
El estampido de un cañón avisa
su eterna persistencia de enemigo.
Es una guerra.
La fértil emisaria absorbe toda culpa
como madre de un hijo caprichoso.
No encuentra una manzana sino un hueso
por salvar de sus fuegos y avalanchas,
morteros, avatares y renuencias,
en el oasis donde se ha esculpido
-díganlo de una vez y hasta el cansancio-
una diva emergida de las aguas
víctima de una destinación que la acorrala;
con paciencia de planta,
igual que un eucalipto originario,
con poderes balsámicos.
Su flora          
se desflora entre los dedos
en una antigüedad ingrávida,
levemente remota.
La tortuga es un símbolo de hembra,
la marina y terrestre criatura.
La tortuga se ajusta a un nuevo péndulo,
esconde su cabeza
en un caparazón que la clausura
del caos que acontece;
y su huella es tan lenta como el trance
en que Eva descubre su locura,
después de una vigilia milenaria.
Expectante y sumisa,
recobra y descalabra
la oruga que la oprime.
No nos vengan con cuentos de mascotas,
historias de monótonas historias.
El quelonio es Mujer como Dios mismo.
Punto de mira y de inflexión.
Su rictus. Su mandíbula.
Ímprobo obstáculo
que tuvo que sortear la Mitológica,
para ser aprehendida en nuevas redes
de espejos roncos con fácil oratoria,
sin dar un paso en falso,  destripada.

Por esta noche,
me quiero ir a dormir
al paraíso, sola, sin nadie alrededor
que balbucee
si el huevo o la gallina o lo contrario,
sin lenguajes que digan vaguedades,
refranes insolventes,
ni sombras de Verdad indubitable,
hasta el Final del Juicio de los Tiempos,
como hizo la tortuga
en el primer anclaje al parlamento,
depuesto por su espalda y su constancia,
para arribar, espera que te espera,
a naufragios veniales
que prefiguran y absuelven 
maltratos vejatorios y humillantes.
de fría e insolente reticencia.

No hay culpables

No hay culpables
                              "...¡Ven pues! Salgamos al aire libre,
                                    vayamos a buscar lo que es nuestro,
                                    por lejos que sea!.
                                                                 Friedrich Hôlderlin.

Te dejaron afuera del negocio;
te quebraron los pies de un solo golpe;
ataron a tu nombre el vil escarnio;
la lengua floja con miserias varias
soltaron cual gaviotas al asfalto,
y te humillaron
por sórdida venganza.

Vanidad del indigno que se ufana
de haberse persignado ante el necrófilo
tirano que controla la piojera.
Especie degradada del absceso
que en pústula virósica se encarna.

Dos hombres del patrón tiraron tiros
directo al corazón de tu garganta.
Pobrecita, heroína sin quererlo,
sentado frente a vos, está el cobarde
que digita el malvado veredicto:
que todo siga igual,
que no hay culpables.

Reclamo por lo tuyo, porque es nuestro,
la gloria del poema me acompaña.
  






     

Sobre el fregadero

Sobre el fregadero
                                A Juan Cruz Ruiz.



En este viaje del que no volvemos,
con soledades en la medianoche
y diez palabras sobre el fregadero,
como platos en las estanterías
de viejas librerías infantiles,
el calor de otro sábado se templa,

se apaga el sol por crisis energética.
Una señora está gritando
con mala educación
sobre la antena de un televisor
que ya no existirá sino en su mente;
beberá un té de tilo o manzanilla.

Un amigo feliz,
un periodista
con ganas de jamón y de deseo,
la abraza por piedad
en el recuerdo de Sevilla,
ciudad escandalosa,
con barbero de Mozart y Rossini:
El Conde ha prometido
no engañar más a su esposa.

El programa de lágrimas acaba
en satinados éxtasis de boda.

¡Cuánta poesía se podría escribir
si no hubiera
diez platos sucios sobre el fregadero
y una partitura inédita en Europa!

Firenze o Como vivido, como soñado...

Firenze o Como vivido, como soñado...

En Ponte Vecchio conocí a una búlgara
que en perfecto italiano me decía
que la lluvia invernal que nos mojaba
la hacía tan feliz
que no podía dejar de reír.
Such is life.
Apareció enseguida Ibrahim
cargado de regalos como siempre,
presentes de verdad,
no poesías,
dispuesto a compartir sus vacaciones
hablando en un dialecto cocoliche
teñido de egipciano;
chucherías
para cazar pájaros y perdices
sutiles e irradiantes.
Subimos al autobús embriagados
por el aroma inconfundible de
las colinas de arcilla de Firenze.
De repente, ante mí,
La Piazza Michelangelo.
El ensueño.
Un frío de febrero quemaba las entrañas
y no nos importaba.
El chubasco seguía
empapando los pies y las cabezas
haciéndonos el coco
al pomeriggio.
Resonaba una música de fondo.
What a wonderful world.
Ibra se había convertido
de repente
y sin previo aviso,
en Daniel, el taxista de Madrid
que me tendía con dulzura
un paquete de pañuelos de papel tisú
para secar mis lágrimas de felicidad
al descubrir que la anciana señora
que vendía ramitos de violeta
mientras merendábamos la cioccolata calda
en el bar, con vistas panorámicas del parador,
era mamá
cómpreme usté este ramito,
que no vale más que un real…
con el mismo rostro que lucía
veinte años antes del 2000,
y yo también era joven y bella
y la abrazaba fuertemente
sujetándola como si fuera a evaporarse
de un momento a otro.
Mi madre llevaba sobre los hombros
la hermosa pachmina
con dibujos de dragones voladores,
que perdí en el hall del aeropuerto de Barajas
dos semanas después de esa jornada.
Estaba espléndida.
La azafata más bonita y simpática
me reconoció enseguida y fui
la niña mimada de aquel vuelo
de Fiumicino a Ezeiza.
Y muchas más escenas fragmentarias
que se disipan en la nebulosa
de un pasado febril.
Ustedes podrán notar que esto es un poema
porque hay varios hexámetros,
alejandrinos, heptasílabos,
y otras delicias por el estilo.
Secretos que el oficio
me impide revelar.
Si esto fuera una crónica y no literatura
tendría que agregar que cuando desperté
el dinosaurio seguía allí.
Pero, no. No estaba.