“El
incendio soy yo”
“El incendio soy yo”
gritaste al ver pasar un coche de bomberos.
Camareras y parroquianos
festejaron tu gracia
por el piropo a una mujer guapísima,
que bien podría ser tu nieta descarriada,
a quien rodeabas, delicado el talle,
derramando dulzura en sus oídos.
La risa es una válvula de escape
que recita los versos de la tarde
en bares y tahonas de Los Ángeles,
Nazaret, Guayaquil, Londres, Pamplona,
La Habana, Barcelona, Buenos Aires,
Madrid, Roma, Gijón, Praga, Venecia,
Lisboa, Río, Boston, Tierra Santa
y un millón de ciudades semejantes.
Si dejas las propinas generosas
tendrás correctos cómplices,
testigos y amanuenses
que “nunca han visto nada”.
y no llegará al río la sangrita
del tequila mezclado con los frutos
del cordón de la calle y su fermento.
La poesía ocupa su propio territorio.
enfatiza refranes, sutilezas,
apaños de guitarras con sentina
y frases contundentes como bombas.
No pagues el impuesto.
Porque duelen los tristes y los necios,
porque causan fastidio los llorones
y el precio que se esconde es contingente,
vivimos, con el día a día a cuestas,
y elevamos vicariamente un brindis
al ardid que eclipsó a los pesimistas
con golpes de pelota
al arco de infatuados perdedores.
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