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martes, 19 de mayo de 2015

María de la Tierra

María de la  Tierra 
                                                  A Antonin Artaud

Por la tierra oblicua avanza una babosa:
se estrella con un Ave María,
la estrella como una Ave María,
La estrella come un ave, María...
María de la Tierra...
María que avanza en el cielo barbado
de estrellas oblicuas
luce un corazón de ave babosa.
María sin estrella: Lucía con ave
oblicua y come babosas
en la tierra, descorazonadamente
abandonada por una barba de estrella.


Las cosas pasan...

Las cosas pasan…

Las cosas pasan porque tienen que pasar.
Al fin he comprendido que lo que no se puede no se debe.
Lo que solía preguntarme era por qué tantos cómplices.
No podía creer que el avaro dinero fuera el motor de fuerza
de rémoras de gente maleducada
que dice estar cerca de los artistas,
moviendo los hilos
de una cultura feroz y presumida.
Traté de entender el porqué de mi linchamiento obsesivo.
Propicié  la verdad en su lugar
como forma de belleza infinita.
Qué loco.
¿Dónde está el talento artístico del  detractor?
Cuando el psicoanálisis es solo una bella literatura
bregar por su fundamentalismo
es un síntoma de penetración abstracta,
por oscura inmodestia de fantasmas congénitos.
Disparate del egoísmo que  reina
y tiene como brazos ejecutores a los miserables,
malhadados, mezquinos de siempre:
Los instigadores de bombacha sucia,
continuadores del programa,
oficiando como satélites de la gran farsa universal.
La reflexión filosófica, su aprendizaje
inacabable,
inabarcable,
no cabe en sus escuetos planes de progreso.
Siguen buscando la mágica respuesta
a sus problemas de comportamientos  sociales
en el vino embriagador del borracho
y en la desnudez de alquiler de secuaces de turno,
por ausencia de reglas éticas coherentes.
Cuando el móvil es un lucro perverso,
solo impregna malestar
esa voracidad de acumular valores
que no podrán usar en cien vidas corridas.
Aún en perjuicio de los Otros,
barren la cresta de la ola
con su monótono culto evocativo:
“enfermedad es pecado”,
“terapia es confesión”,
y no sienten vergüenza,
porque el pueblo adormecido los erige
en monumentos,
por temor de sus bocas de lobos acuciantes.
¿Y a santo de qué tanto pilar de inútiles encorvados
exhibiendo lenguas de trapo
y muñecos de nieve como trofeos antiguos?
El tiempo decantará material de primera línea del trabajo de creadores
y conservará estereotipos que ahora parecen míticos.
El tiempo humano, no el tiempo de los dioses
de la eternidad serena,
que como bien intuimos
se mofa de la gloria que puede extenderse
algunos pocos cientos de años,
para estos zafios vulgares del malvivir,
que exprimen su pastura beligerante
cavando su propia tumba en el desierto.


               

Hipótesis

Hipótesis

A Rocinante le gusta mucho relinchar.
Y a mí también me gusta mucho relinchar.
¡Justí-í-í-í-cia! ¡Oh, qué hermoso relincho!

The most beautiful knight of the worid.
León Felipe.

El comandante terminó asesinado en un barranco.
Nadie dijo esta boca es mía.
Pablo Neruda.

A la puta que se llevó mis poemas
Charles Bukowski

Supongamos:
-es una hipótesis-,
que usted hace un poema.
Pero, usted
es un despachante de Aduanas
de la plebe.
Supongamos,
-en la hipótesis-,
que llegan los corsarios,
se internan en su cueva
y se lo roban.

Le han quitado,
una música,
una idea,
un feto por nacer,
la floración de la rosa,
una herejía.
Le han sacado en un tris,
-esta es la hipótesis-,
una ribera
donde va a dar su río de palabras,
un cordel para atar el firmamento,
un quirófano del alma,
una clepsidra en un verso
adjetivada.
Le han quitado de la boca,
en extramuros,
frases hechas, para siempre;
una biblioteca de noches despedidas,
la fe en la Humanidad
y el desconsuelo.
Supongamos que usted gestó un poema,
envuelto entre las sedas de un gusano
melancólico,
y presenció pasmado y discreto,
es una hipótesis,
como el pirata se lo vendía al vulgo,
y el vulgo, que era el suyo,
aclamaba como héroe al desgraciado.

Supongamos,
y siguen las hipótesis,
que fueran dos poemas,
Que fueran diez o doce.
O mil cincuenta.
¿Usted qué haría?
No vale maldecir ni enfurruñarse,
No vale que se atasque o se resigne.
No vale calumniar en una oda.
No vale darle impronta a los muy turros.
Es una hipótesis. Pero, entonces,
¿usted qué haría?

Recuerde que usted es
un triste despachante de Aduanas
de la plebe

y un pirata le ha robado sus poemas.

¿Quién soy?



¿Quién soy?


¿Quién soy?
El contragolpe de las intrigantes
manipulaciones de perversos y sátrapas;
la miga de pan embrutecida
por el melancólico presagio
del cajón de sastre de Lewis Carroll;
tiro de gracia
a lo que me altera o me define
por aquello que nunca fui
ni volveré a ser jamás;
el bisbiseo de lo monstruoso y lo sublime,
el acmé y lo baladí;
la carne y la imprudencia;
el papel de una moderadora móvil
que pinta frescos en la memoria colectiva;
la risa fácil e imitadora
de Cátulo y Homero
en el crepúsculo seductor
de mis agónicos días
(solsticio de mi vida);
los muros del Mausoleo
adentrándose en las estepas del lobo;
la ostentosa limosna de los danzantes
alrededor de un pensamiento único;
la esfera hueca que contiene al fuego eterno
en la abstrusa obra de un Creador embriagado
y extraordinariamente silencioso;
la aventurera trivial
de los ritos del no cumpleaños;
el cóndor y la cima visitada a lomo de mula;
la imagen más lúcida del ruido;
la estatua de mármol redentora del suicidio,
el caballo del carro del lechero,
la que suelta las riendas,
arrea la montura,
diseña aparejos y gualdrapas;
la habitante de una aldea vecina
que no conoce de actos inaugurales;
la cortesana y vengadora luminosa
como una abuela secreta del sendero
de Caperucita Roja;
la traducción de un enano confundido
a aquella puerta abierta del Templo de Jano,
una inscripción en Delfos con miles de años,
la odiosa erudición de una Venus Sapiente
y la ridícula debilidad de Diana Cazadora
del vino espumante;
el perico parlante;
el perfume de los aires buenos,
los celos y la indulgencia
acicateando la mirada huérfana,
la coartada de una pompa de jabón
de violetas, en primaveras romanas
y
poco más o menos que eso.