martes, 19 de mayo de 2015

Sobre el fregadero

Sobre el fregadero
                                A Juan Cruz Ruiz.



En este viaje del que no volvemos,
con soledades en la medianoche
y diez palabras sobre el fregadero,
como platos en las estanterías
de viejas librerías infantiles,
el calor de otro sábado se templa,

se apaga el sol por crisis energética.
Una señora está gritando
con mala educación
sobre la antena de un televisor
que ya no existirá sino en su mente;
beberá un té de tilo o manzanilla.

Un amigo feliz,
un periodista
con ganas de jamón y de deseo,
la abraza por piedad
en el recuerdo de Sevilla,
ciudad escandalosa,
con barbero de Mozart y Rossini:
El Conde ha prometido
no engañar más a su esposa.

El programa de lágrimas acaba
en satinados éxtasis de boda.

¡Cuánta poesía se podría escribir
si no hubiera
diez platos sucios sobre el fregadero
y una partitura inédita en Europa!

Firenze o Como vivido, como soñado...

Firenze o Como vivido, como soñado...

En Ponte Vecchio conocí a una búlgara
que en perfecto italiano me decía
que la lluvia invernal que nos mojaba
la hacía tan feliz
que no podía dejar de reír.
Such is life.
Apareció enseguida Ibrahim
cargado de regalos como siempre,
presentes de verdad,
no poesías,
dispuesto a compartir sus vacaciones
hablando en un dialecto cocoliche
teñido de egipciano;
chucherías
para cazar pájaros y perdices
sutiles e irradiantes.
Subimos al autobús embriagados
por el aroma inconfundible de
las colinas de arcilla de Firenze.
De repente, ante mí,
La Piazza Michelangelo.
El ensueño.
Un frío de febrero quemaba las entrañas
y no nos importaba.
El chubasco seguía
empapando los pies y las cabezas
haciéndonos el coco
al pomeriggio.
Resonaba una música de fondo.
What a wonderful world.
Ibra se había convertido
de repente
y sin previo aviso,
en Daniel, el taxista de Madrid
que me tendía con dulzura
un paquete de pañuelos de papel tisú
para secar mis lágrimas de felicidad
al descubrir que la anciana señora
que vendía ramitos de violeta
mientras merendábamos la cioccolata calda
en el bar, con vistas panorámicas del parador,
era mamá
cómpreme usté este ramito,
que no vale más que un real…
con el mismo rostro que lucía
veinte años antes del 2000,
y yo también era joven y bella
y la abrazaba fuertemente
sujetándola como si fuera a evaporarse
de un momento a otro.
Mi madre llevaba sobre los hombros
la hermosa pachmina
con dibujos de dragones voladores,
que perdí en el hall del aeropuerto de Barajas
dos semanas después de esa jornada.
Estaba espléndida.
La azafata más bonita y simpática
me reconoció enseguida y fui
la niña mimada de aquel vuelo
de Fiumicino a Ezeiza.
Y muchas más escenas fragmentarias
que se disipan en la nebulosa
de un pasado febril.
Ustedes podrán notar que esto es un poema
porque hay varios hexámetros,
alejandrinos, heptasílabos,
y otras delicias por el estilo.
Secretos que el oficio
me impide revelar.
Si esto fuera una crónica y no literatura
tendría que agregar que cuando desperté
el dinosaurio seguía allí.
Pero, no. No estaba.







La poesía es aporética

La poesía es aporética


La poesía es aporética.
Incierta como teoría de los quarqs.
Intransferible.
Torbellino de ideas con microbios
de un mundo que se pudre en algoritmos.
La calleja es estrecha,
no entran todos
a dar clases del modo de ser libres.
¿Anónimos?
Seguro.
Sombras negras de un presente pasado,
nos van entumeciendo con palabras,
buscamos el perdón por la jactancia
que embriaga nuestra estúpida existencia,
primaria, inanimada
sin sentido;
destilando alambiques de cultura.
Es bueno desertar de los honores,
ser sobrio por opción,
como alquimista
con un método propio
de diademas y criterios funcionales.
Usted, señor Pacheco,
no andará leyendo a otros,
lo confiesa.
(Tampoco es menester que nos lo aclare,
se le nota)
Usted, se nutre de la sangre
de pobres hombres invisibles
que se avienen
a callar desde una silla bajo el fresno
las horas que no viven
y ven pasar la tarde
mientras sueñan
ese sueño inmortal que es pesadilla.
Si su poema es mío
(pues lo leo)
no mienta con su foto en las revistas,
ignore al caballero abigotado
aunque le insista,
aunque le insista.
Hay rédito innegable en su litigio.
Su voz resume el eco deshumano.
Hay mucho pleito viejo entre caciques.
Si recibe un telegrama que lo honra
las llaves de Madrid o Colorado,
las llaves de Macondo o Bella Vista,
los insulsos clamores del espacio,
viajarán en oscuros colectivos
a donde van a dar los huesos olvidados,
como siempre que han ido, los anónimos huesos,
los huesos de Melpómene abusada,
los huesitos del niño que en la escuela
se apura a componer jaculatorias,
para estar en paz con la conciencia
del maestro tutor,
del think tank,
del camorrero.

Si como bien explica, la poesía
es un acto de amor, y trae amigos
que otean sus antífonas de gloria,
será porque su nombre es José Emilio
y no porque ha firmado: 2012.
Yo al menos, jamás le escribiría
a un número plagado de misterios.

Elogio de la integración.

 Elogio de la integración.

El mundo es uno solo.
Lo dividen fronteras perversas, desquiciadas.
Quiero integrar al mundo con vetustos poemas,
como un génesis nuevo,
como un cantar sin alas.
El mundo es uno solo. 
Lo separan altas montañas,
más bajas que los vuelos de aviones comerciales,
ríos que se navegan y océanos domados.
Las lenguas traducibles ya no  guardan secretos.
El color de la piel es apenas un dato
subsidiario de fines petulantes.
Y dos orillas caben.
Solo el hombre no entiende
(no hará falta que aclare,
decir hombre me incluye, y a todas las mujeres,
en el sentido lato)
que no hay más casa que esta,
glaciar de jaula al sol y cielo abierto.
A ver si así espabilan y azuzan la templanza:
no han de quedar resguardos si declaran la guerra
a los propios vecinos del camino hostigado.