martes, 19 de mayo de 2015

Sonidos de poetas y animales

Sonidos de poetas y animales


¿Qué es lo que te sorprende todavía?
Hay más poetas que tiempo para leerlos a todos.

Las vacas mugen.
Los perros ladran.
Pían las aves y los patos parpan.
Yo escribo mis poemas por docenas.
Apenas los reviso.
No pienso publicarlos
ni aspiro a ganar premios.
Los concursos enturbian el aire obnubilado.

¿A quién vas a decir que el tiempo es oro,
en tanto te desmiente la orbicular Naturaleza?
Los gansos sisean.
Las abejas zumban.
Relinchan los caballos y balan las ovejas.
Arrullan las palomas,
que según dicen los expertos, también zurean.

Yo escribo mis poemas a montones
negando lo solemne y lo divino
de un acto que semeja el croar de las ranas,
el rebuzno del burro,
el habla de los loros
y el silbido del mirlo.

Yo escribo mis poemas para nadie.
Para que los discutan  los llanos y locuaces,
los herméticos,
los pobres y los ricos,
o desangren colgados de una horca
sin testigos del duelo.
La perdiz cuchichea.

Me emocionan las sílabas que mido,
blablablá, miau, miau, miau,
el maullido de gato acostumbrado
a entrar por las ventanas de mi casa.

Los elefantes barritan.  Los lobos aúllan.
El cóndor grita.
Las cigüeñas crotoran.
Los bebés nacen llorando,
aunque haya excepciones a esta regla.

Yo escribo mis poemas imposibles
que van derecho al cesto de basura
con la ceguera de soltar alguno
que encienda un corazón enamorado.
Tarea de titanes o de tontos.
Tristeza de poetas torturados.
El tablero del mundo tiene escaques
y canta cada quien como más puede.

¿Qué es lo que te sorprende todavía?






La noche después

La noche después

De cómo armonizaban amor y desencuentro
lo supiste  la noche
después de haber llorado.

Yo solo te observaba como viendo a un cadáver
de una serie aburrida
en la tele del sábado.

No pude soportar tu inapetencia
de máscara romántica,
con coraza de acero.

Guarda de mí el recuerdo
que es todo lo que tengo para darte.
Los juegos de artificio te han robado los ojos.

Me miras como a un búho
de bosques profanados.
No quiero hacerte trampas de comedia amorosa.

Yo solo te observaba quebrar mi biografía,
sabiendo que exigías
regodeos tiránicos.

Aunque debo admitir: Yo solo te observaba
vacilante y austera
aguardando mi  turno

con un as en la manga.

Animales del Abasto


Animales del Abasto

La madre no se llamaba Virtudes sino Victoria.
Los de la mafia le pusieron de sobrenombre "Wüito"
por el bailador flamenco que nació en 1942
y triunfó siendo muy joven en España.

Rozaba los 40 pero aparentaba 66.
Cada noche pedía una copa a cambio de una felatio.
Nadie sabía a ciencia cierta si era hombre, mujer o espantapájaros.
Fue internado en la guardia hospitalaria,
después de haber sido molido a patadas
por cuatro o cinco animales del Abasto.


Omisiones fundadas

Omisiones fundadas
                                                        A Lalo Mir


Me encanta esa manera ahogada de omitirme
que tienen los críticos de arte
de la industria cultural.
A fuerza de no mencionarme
he dejado de existir en sus ciudades pequeñas
con algas marinas marchitas y puños esposados.
Aprecio con asombro  sus glandulares límites
y me pregunto si se darán cuenta
del sordo desconcierto que desprecia matices
en babas humilladas por la estética fácil
del consumo masivo.
La cruzada que acatan es tormenta de nieve.
Se derrite con los primeros soles
y el ultraje se torna resistente al secreto.
Gimen los trovadores nostálgicos
y se sientan a aplaudir
en huelga de brazos caídos
la batalla perdida.
La vanguardia economiza los elogios,
con reconfortante indiferencia,
configurando
una página impropia
en el canal de las revelaciones
reaccionarias y francas.

Hace años pensaba
que mi poesía era pobre,
intrincada,
de baja calidad,
vestida con harapos residuales.
Y tal vez, así sea. ¿Quién lo sabe?
Pero el empeño tan brusco que llevan a cabo
por no decir mi nombre
me da la estúpida impresión
de que lo gritan a los cuatro vientos,
levantando el silencio como una bandera herida,
mordiéndose los labios
por no trastabillar con la palabra absurda
que los libere de la tremebunda opresión
de tanta esclavitud consentida de antemano.
Su mutismo me honra.
Sin quererlo, expresamente,
me califican de outsider,
me enaltecen y crean una mitología
con sonido inaudible
como un recuerdo que se olvida
para sanar el corazón deshabitado
y sin embargo, persiste
igual que un eco subterráneo
de los tiempos que pasan sin estigmas.
No tengo más que agradecer
esa exquisita forma de ostracismo
afilado, pulido,
sutil, corroborado,
porque toco sus vahos menudos como bueyes
de un mundo de historietas
que se perdió en la infancia
entre lápices de colores,
apenas dibujados por la imaginación febril
del sueño del maestro.
Siento pena por aquellas tribus incapaces
de ver puentes y carriles en las nubes.
Quiero extender  mi mano
a todos ellos,
con la sabiduría que conquistan los años
en un bramido alerta,
pese al olor de muerte
por sobredosis de arrogancia.
                                                               











Precuelas

Precuelas

Al final, tantos ires y venires,
el corazón quedó resquebrajado.
Olvidé que te había conocido.
Olvidé hasta tu aspecto y tu perfume.

Nos unen solamente, algún poeta,
una flor que se tumba en el florero,
el calor de las tardes de diciembre,
la pasión por Arcadia, la insolencia.

Un náufrago a distancia, no es lo mismo
que los besos que vibran en la lengua.
Tu casa es una isla solitaria,
la mía está en las huellas colectivas.

¿Las locuras de amor son perdonables?
¿Se restañan precuelas dolorosas?
El tonto director está de acuerdo:
Los necios se conforman con sospechas.

Guardarás el secreto hasta la tumba,
que es bien de caballeros ser discreto.
Hay que haberlo vivido sin contarlo,
como quien sube a un tren equivocado.

Por lo menos, yo sé que amaste mucho
los pedazos del libro que rompiste,
fingiendo una estudiada indiferencia
en plena calle y a la luz del día.

Paradita en tu umbral,  fantasma vivo,
fui más verdad que vos,  sin guardaespaldas.
En cambio, las hilachas de tus pasos
dejan a la intemperie las costuras.

Disfrutar nada más. Eso nos queda
en el recuerdo apenas de una historia,
que perdió los estribos y los frenos.
Disfrutar nada más del veredicto.

Suceden raros hechos, y no obstante,
cambiándonos de cama se disipan.
El tiempo en su caótica venganza
dirá que la razón es cosa seria.






Miscelánea

Miscelánea

Estoy fuera de lugar. Me doy cuenta.
Aprovecho la indiferencia anómala
para abrirme al susurro de una fuente
y regar los jardines de mi casa;
para dar largos sorbos al anhelo,
cambiar el paso troceado
en tácita angustia,
y sonreír sin ganas.
Presumo de
menospreciar los embates del viento
que cambia dirección, música y viaje,
y aguanto  el dolor que no se calma en oraciones.
Pellizco
un montón de miradas  inservibles,
archivadas en algún sitio voluble.
Las atrapa el colmillo de la bestia.
La muñeca de la mano, rota,
no puede escribir versos olvidables
y crecen cicatrices como hongos.
La torre del ajedrez
envuelta en llamas de misericordia
danza con sus siete velos
y se enroca
en sábanas de colores arruinados,
torcidos,
desgarbados.
Desde mi plataforma otoñal
un toro rojo
no sale de su asombro
e invoca su plegaria.
No hay salvamento para esta mitad
desarmada,
desamada,
que se inclina sobre el rocío
y, sin discernimiento, administra el llanto.
Es mi holograma de sombras el que disloca
cascadas de aguas tan profundas
que contrastan con la Garganta del Diablo,
cataratas en la que caben mis huesos
y mis despiadadas misceláneas fiduciarias
que esperan tu regreso
con fiebre de presidiario inocente
en vísperas de rigor mortis.






El azar

El azar

El azar, que es la vida misma,
vino como una ola de fuego
a quebrar las piernas de los jinetes
encarnados en la ingente telaraña
de la calma chicha.
Entraba en la noche
púlpito de nostalgias,
en una vaguedad de ocres
y grises que iban cambiando
poco a poco.
A lo lejos, gigantescos moros
se precipitaban sobre las cabezas,
gritaban gravemente
los viejos y los mariquitas;
rogaban los arquitectos
tras el derrumbamiento y el sudor;
olía a quemado la Belleza.
Terminaba en incendio
la sequía lustral, onerosa.
La orquesta siguió tocando
al ritmo respiratorio
como un simulacro de batalla.
Flotaba en el aire una espesa nube
de humo y nicotina.
Y allí, parada como un mimo
con su máscara de tiza blanca
cruzó la voluptuosa Eros el umbral,
vestida de gala para coronar
al más simple de los mortales,
a la más humana y obstinada
de todas las bestias vivientes,
al divino animal devorador del Tiempo
que me refleja en los vidrios espejados
de este humilde dormitorio.