martes, 19 de mayo de 2015

Secuelas de una decepción amorosa.

Secuelas de una decepción amorosa.

Aliso mi encrespado pelo
para ir a una cita a ciegas.
Mi representante me augura el éxito,
guardo silencio y miento una mueca de aceptación.
Me pongo medias de lycra de fina trama,
un collar de perlas semi-legítimas,
un vestido ajustado,
un talle menos del que me correspondería
por peso y edad.
Mi atuendo
negro como un carbón ya calcinado,
igual que me siento cada vez que experimento
desquitar el pasaje, que se esfumó entre volutas de humo
y reproches sin sentido.
Negro como la cólera que se disimula
y se aloja en el páncreas,
siete días a la semana, por la  madrugada.
Negro noche, noche rebelde lejos de vos,
con el recuerdo candente de tu cuerpo
en otro sitio.
Transparente, ceñido, corto, negro.
No puede usarse otro color
en estos asuntos.
Apuro el maquillaje imperceptible
que cubre mis pecas
y endulza mis arrugas
mientras tomo una copa de ron
para detonar el coraje.
Derrocho perfume francés,
comprado en cuotas, con tarjeta,
y conmino mi exceso de imprudencia
con una suave reprimenda.
Iremos al restaurante más caro de la city porteña.
No cabe la menor duda, al respecto.
Cambiaremos pocas palabras
y casi ningún beso.
¿Qué otra opción podría tener?
“Me gustaría estar en Dubai,
dicen que es fabuloso”,
comentaré como al descuido.
“Pórtate bien y te llevaré algún día”,
responderá el nuevo con afección.
 “Mis viajes de negocios pasan por ahí,
a menudo”.
“Además, si dominas el inglés
me resultarás útil para atraer
a mis potenciales clientes”.
¿Habría una segunda oportunidad
para nosotros,
con historias trilladas hasta el hartazgo,
después de sentir el frío que hiela el esqueleto
cuando los negocios van bien,
y el caballero español que nos corteja
ganó su lícita fortuna
asociándose a  un casino clandestino,
rifando su decencia política
y traficando influencias con malandras?




“El incendio soy yo”

“El incendio soy yo”


“El incendio soy yo”
gritaste al ver pasar un coche de bomberos.
Camareras y parroquianos
festejaron tu gracia
por el piropo a una mujer guapísima,
que bien podría ser tu nieta descarriada,
a quien rodeabas, delicado el talle,
derramando dulzura en sus oídos.

La risa es una válvula de escape
que recita los versos de la tarde
en bares y tahonas de Los Ángeles,
Nazaret, Guayaquil, Londres, Pamplona,
La Habana, Barcelona, Buenos Aires,
Madrid, Roma, Gijón, Praga, Venecia,
Lisboa, Río, Boston, Tierra Santa
y un millón de ciudades semejantes.

Si dejas las propinas generosas
tendrás correctos cómplices,
testigos y amanuenses
que “nunca han visto nada”.
y no llegará al río la sangrita
del tequila mezclado con los frutos
del cordón de la calle y su fermento.

La poesía ocupa su propio territorio.
enfatiza refranes, sutilezas,
apaños de guitarras con sentina
y frases contundentes como bombas.
No pagues el impuesto.

Porque duelen los tristes y los necios,
porque causan fastidio los llorones
y el precio que se esconde es contingente,
vivimos, con el día a día a cuestas,
y elevamos vicariamente un brindis
al ardid que eclipsó a los pesimistas
con golpes de pelota
al arco de infatuados perdedores.










Antifaces y fotografías

Antifaces y fotografías

Un antifaz que se embadurna,
obsesivo gesto de amor
que atraviesa fronteras y desmontes,
habla solo de fe por los responsos
y absurdas paparruchas similares.

Esconder soledades es su oficio.
¿Es prematuro afirmar  que un buen rimmel,
un lápiz labial de calidad y
unos zapatos nuevos con tacones altísimos
no te harán conocer al hombre de tus sueños?

¿Importa acaso la mirada
de quien te refleja en un espejo trepidante
y cuenta las anchas canoas que navegan por tu rostro
de ásperas escarpas y acantilados desiguales?

Nuestros ancestros coincidieron
en que envejecer es la más difícil de las empresas humanas.
No canses a la Vida y quítate de en medio.
Las fotografías mentales
son peores que las digitales de un aficionado
que improvisa posturas para chicas
quinceañeras, del álbum cuyas páginas
no volverán a repetirse.






Sonidos de poetas y animales

Sonidos de poetas y animales


¿Qué es lo que te sorprende todavía?
Hay más poetas que tiempo para leerlos a todos.

Las vacas mugen.
Los perros ladran.
Pían las aves y los patos parpan.
Yo escribo mis poemas por docenas.
Apenas los reviso.
No pienso publicarlos
ni aspiro a ganar premios.
Los concursos enturbian el aire obnubilado.

¿A quién vas a decir que el tiempo es oro,
en tanto te desmiente la orbicular Naturaleza?
Los gansos sisean.
Las abejas zumban.
Relinchan los caballos y balan las ovejas.
Arrullan las palomas,
que según dicen los expertos, también zurean.

Yo escribo mis poemas a montones
negando lo solemne y lo divino
de un acto que semeja el croar de las ranas,
el rebuzno del burro,
el habla de los loros
y el silbido del mirlo.

Yo escribo mis poemas para nadie.
Para que los discutan  los llanos y locuaces,
los herméticos,
los pobres y los ricos,
o desangren colgados de una horca
sin testigos del duelo.
La perdiz cuchichea.

Me emocionan las sílabas que mido,
blablablá, miau, miau, miau,
el maullido de gato acostumbrado
a entrar por las ventanas de mi casa.

Los elefantes barritan.  Los lobos aúllan.
El cóndor grita.
Las cigüeñas crotoran.
Los bebés nacen llorando,
aunque haya excepciones a esta regla.

Yo escribo mis poemas imposibles
que van derecho al cesto de basura
con la ceguera de soltar alguno
que encienda un corazón enamorado.
Tarea de titanes o de tontos.
Tristeza de poetas torturados.
El tablero del mundo tiene escaques
y canta cada quien como más puede.

¿Qué es lo que te sorprende todavía?