martes, 19 de mayo de 2015

Negrura

Negrura

La palabra Negrura me persigue
y se aloja conmigo en cualquier sitio.
Ayer, mientras pedía un helado
de crema de kinotos al güiski
en el Freddo de Recoleta,
apareció de pronto a sentenciarme
con su oscuro discurso de la muerte:
“La diabetes es cosa peligrosa”
me explicó en  la  secuencia de su entrega.
“Colesterol. Obesidad mórbida. Tensiones.
te pueden provocar infarto múltiple”.
Lo de múltiple suena exagerado
pero Negrura es así de contundente;
te quita la sonrisa y las ganas.
Te recuerda que hay chicos sin comida
mientras te estás zampando un regio postre.
Al rato, aparece en el despacho
en que envío los cables más urgentes
al dueño de la corpo, que me paga
por defender su inmenso patrimonio
de acciones en  la bolsa y propiedades
ociosas y suntuosas.
“Qué rima más pedante”,
indicó la Negrura violentada.
Y yo que no me callo ni ante el Rey de Babilonia
le ordené que saliera de mi vista
porque estaba ocupada.
Después del after office de los viernes
me cité con mi amante taciturno
en un rincón brumoso de la Plaza
y otra vez, la siniestra volvió a verme
mentando que estoy grande para chistes
de novias con tocado y terciopelo,
y que el tipo en cuestión no me conviene
que es un bobo, es casado o es un seco.
Decidí no escucharla. ¿Para qué?
Siempre arruina los mágicos momentos.
Y la noche duró toda la noche
en brazos de mi amor correspondido.
A la mañana siguiente,
o sea esta mañana,
yo quería dormir puesto que es sábado.
Negrura me esperaba para darme sus pésimas noticias:
"Se suicidó un amigo muy querido,
con una nitidez predestinada.
El precio de la nafta,  por las nubes.
El Río de la Plata contamina de arsénico
y  azufre. El agua no será potable.  
Inflación y saqueos a la carta.
El gobierno corrupto de los Kirchner y la opo:
La mismísima misma puta mafia."
Sentí que no podía respirar.
El sudor me corría por la frente.
Las fuerzas me flaqueaban.
Ella ofreció llamar a un médico de guardia,
no sin antes decirme
que el hospital público era un asco.
“Un ataque de pánico”, me diagnosticaba.                                                                              
La culpa es del helado de kinotos,
de tu amante,            
el stress,
la falta de gimnasia,
y la opacada  vida que llevamos
los empeñados en vivir felices
en la urbana ciudad de la Negrura.


¿Quién?

¿Quién?

¿Quién reclina hoy en día la cabeza?
¿Quién bautiza neutrones y atalayas?
¿Quién debe gobernar para los pueblos?
¿Quién permite el vestigio desasido,
amedrentado, el adjetivo triple,
la esfera lóbrega, el sicomoro rutilante?

¿Quién escribe poemas al vacío
de una agreste corriente indubitada?
¿Quién retuerce sus venas bajo el gris microscopio?
¿Quién recuerda proverbios acuciantes
en el mundo asequible que nos traga?
¿Quién graba palimpsestos con las uñas?

¿Quién es un cursi irremisible?
¿Quién escarcha la breve singladura?
¿Quién puede perdonar alguna ofensa?
¿Quién vibra en longitud de onda ulcerada?
¿Quién diseña anaqueles carmesíes?
¿Quién cuida la lombriz del desamparo?

¿Quién construyó el Tigris, el Leteo,
la seda de liturgias, el lirio y la amapola,
los voraces caballos de Diomedes?
¿Quién sufre cuando ama? ¿Quién suspira?
¿Quién miente, sapientísimo, en tertulias?
¿Quién taladra el instante, a cada paso?

El poeta, nomás,
altruista profeta de galpones plebeyos
y sermón vulnerable,
que confunde tardanza y porvenir.
El poeta que persigue un imposible,
en cada desembocadura,
en cada basural de la Lutecia
como un acróbata airado ante las leyes
del tiempo y el espacio,
cul de sac de viejas carreteras sin salida.











Yo te cielo

Yo te cielo

¿Se pueden inventar verbos? Quiero decirte uno: Yo te cielo. (Frida Kahlo)


Si mi voz fiera símbolo del Verbo,  yo te cielo, amor,
en parte diario,
porque vos cuentagotas de la noche con piso a ras del suelo,
acequiante las aguas,  me enlagás la soberbia del destino.
Yo te harapo raído,
comentarios fugaces de vampiro exigente,
Te arcoiriso la cárcel de los acribillados.
A veces, elogio de la culpa sublunar
proceso intelectual de resistencia,
agotadora instancia que pone a uno en guardia
me enciudado con cautela,
y sustantivo a tientas.
Vos te suelta de palomas, 
tan fiebre de los niños, a menudo
jaleantes de grosellas,
me adiosás en dos cuartos separados,
te derecho de admisión del protocolo.
No hay dinero en el mundo
que pague nuestra deuda insobornable.
Me horizonto apasionada.
Te recurso de amparo, te visión del exilio.
Te cola de ratón que no le gusta a nadie.
Vos familia muy tensa que pide la renuncia,
paracaideás, vivaracho, indiferente.
También me sucede, que cuando esculturás el viento,
liminar de las formas de la anatomía de fondo
nos diciembran gaviotas,
chubasquean milagros con los ojos cerrados.
Sacapuntas del lápiz que reamo
tu distancia empeñada en haber nacido antes,
me avalleja y montaña
porque instructivás diccionarios, a pares y nones.
Nos tratamienta la vida,
nos madrea en Buenos Aires,
nos ahíja puntual en un barrio latino,
nos apalabra en un acto sexual exorbitante.
Somos la invención, el capricho, la aventura.
Somos lo que hemos leído, reflexionado, soñado e imaginado.
Desvergüenza y paisaje.
Itinerario.




Se puede escuchar el poema aquí: Yo te cielo

Ya me odiaron…

Ya me odiaron…

Ya me odiaron, demasiado, por quererte,
y no tengo espalda para seguir soportando
agresiones e injusticias.
Estoy débil.
Perdí mi sonrisa habitual
en un páramo desencantado.
No sé morderme los labios
y hacer un modesto duelo a solas,
a cajón cerrado. In péctore.
Siento que no me queda mucho.
Por eso, preparo una retirada digna
y pido perdón a los infortunados
en quienes confié que eran el amor verdadero,
cada vez que me equivocaba de persona.
No hay derecho a ser diabólica,
sentimental, horrorosa.
Contra todo pronóstico,
fue mi forma de amar, desprejuiciada.
Me arrepiento y desaparezco como vine,
sin aviso ni prolegómeno.
Ayer pensé en vos.
Pienso en vos todos los días
cuando cierro los ojos,
e intuyo al trasluz de la ventana
el albor del hielo, la luna usurpadora,
la lluvia asustadiza y casi interminable,
la nieve que vive en tu frío corazón
en países lejanos.
He leído algo tan vulgar
como  que el amor es
la más importante de las emociones humanas.
Algunos quedan pipones definiéndolo,
como quien se apodera del carozo de una fruta
y sueña con el árbol, que es apenas semilla.
¿Qué es el amor? ¿Alguien lo sabe?
Que me lo diga y me convenza.
Entre paréntesis,
estoy llorando sobre tu hombro,
aunque no lo notes, siquiera.
No me dejes sola. Llévame a tu cama
esta cruda noche estival.
Dame una palabra que pueda dormir conmigo,
en un pliego  guardada.
Te pertenecen mi cuerpo y mi alma,
mi presente que ha huido del futuro,
mi pasado pisado por la irreverencia,
la falta de respeto de la injuria,
convertida en lujuria.
El show debe continuar para los demás.
Cuando el nuestro se acabe
y queden espectros luminosos
convertidos en sombras alargadas
por luces descompuestas bajo un prisma,
tomaremos la tierra
como nómades gitanos,
marcaremos la huella del desierto
e iremos juntos a contar mentiras
a jóvenes ansiosos de gozar de este mundo.

Que más allá está la felicidad
sostenida en el hálito de estos malos versos.







Secuelas de una decepción amorosa.

Secuelas de una decepción amorosa.

Aliso mi encrespado pelo
para ir a una cita a ciegas.
Mi representante me augura el éxito,
guardo silencio y miento una mueca de aceptación.
Me pongo medias de lycra de fina trama,
un collar de perlas semi-legítimas,
un vestido ajustado,
un talle menos del que me correspondería
por peso y edad.
Mi atuendo
negro como un carbón ya calcinado,
igual que me siento cada vez que experimento
desquitar el pasaje, que se esfumó entre volutas de humo
y reproches sin sentido.
Negro como la cólera que se disimula
y se aloja en el páncreas,
siete días a la semana, por la  madrugada.
Negro noche, noche rebelde lejos de vos,
con el recuerdo candente de tu cuerpo
en otro sitio.
Transparente, ceñido, corto, negro.
No puede usarse otro color
en estos asuntos.
Apuro el maquillaje imperceptible
que cubre mis pecas
y endulza mis arrugas
mientras tomo una copa de ron
para detonar el coraje.
Derrocho perfume francés,
comprado en cuotas, con tarjeta,
y conmino mi exceso de imprudencia
con una suave reprimenda.
Iremos al restaurante más caro de la city porteña.
No cabe la menor duda, al respecto.
Cambiaremos pocas palabras
y casi ningún beso.
¿Qué otra opción podría tener?
“Me gustaría estar en Dubai,
dicen que es fabuloso”,
comentaré como al descuido.
“Pórtate bien y te llevaré algún día”,
responderá el nuevo con afección.
 “Mis viajes de negocios pasan por ahí,
a menudo”.
“Además, si dominas el inglés
me resultarás útil para atraer
a mis potenciales clientes”.
¿Habría una segunda oportunidad
para nosotros,
con historias trilladas hasta el hartazgo,
después de sentir el frío que hiela el esqueleto
cuando los negocios van bien,
y el caballero español que nos corteja
ganó su lícita fortuna
asociándose a  un casino clandestino,
rifando su decencia política
y traficando influencias con malandras?




“El incendio soy yo”

“El incendio soy yo”


“El incendio soy yo”
gritaste al ver pasar un coche de bomberos.
Camareras y parroquianos
festejaron tu gracia
por el piropo a una mujer guapísima,
que bien podría ser tu nieta descarriada,
a quien rodeabas, delicado el talle,
derramando dulzura en sus oídos.

La risa es una válvula de escape
que recita los versos de la tarde
en bares y tahonas de Los Ángeles,
Nazaret, Guayaquil, Londres, Pamplona,
La Habana, Barcelona, Buenos Aires,
Madrid, Roma, Gijón, Praga, Venecia,
Lisboa, Río, Boston, Tierra Santa
y un millón de ciudades semejantes.

Si dejas las propinas generosas
tendrás correctos cómplices,
testigos y amanuenses
que “nunca han visto nada”.
y no llegará al río la sangrita
del tequila mezclado con los frutos
del cordón de la calle y su fermento.

La poesía ocupa su propio territorio.
enfatiza refranes, sutilezas,
apaños de guitarras con sentina
y frases contundentes como bombas.
No pagues el impuesto.

Porque duelen los tristes y los necios,
porque causan fastidio los llorones
y el precio que se esconde es contingente,
vivimos, con el día a día a cuestas,
y elevamos vicariamente un brindis
al ardid que eclipsó a los pesimistas
con golpes de pelota
al arco de infatuados perdedores.










Antifaces y fotografías

Antifaces y fotografías

Un antifaz que se embadurna,
obsesivo gesto de amor
que atraviesa fronteras y desmontes,
habla solo de fe por los responsos
y absurdas paparruchas similares.

Esconder soledades es su oficio.
¿Es prematuro afirmar  que un buen rimmel,
un lápiz labial de calidad y
unos zapatos nuevos con tacones altísimos
no te harán conocer al hombre de tus sueños?

¿Importa acaso la mirada
de quien te refleja en un espejo trepidante
y cuenta las anchas canoas que navegan por tu rostro
de ásperas escarpas y acantilados desiguales?

Nuestros ancestros coincidieron
en que envejecer es la más difícil de las empresas humanas.
No canses a la Vida y quítate de en medio.
Las fotografías mentales
son peores que las digitales de un aficionado
que improvisa posturas para chicas
quinceañeras, del álbum cuyas páginas
no volverán a repetirse.






Sonidos de poetas y animales

Sonidos de poetas y animales


¿Qué es lo que te sorprende todavía?
Hay más poetas que tiempo para leerlos a todos.

Las vacas mugen.
Los perros ladran.
Pían las aves y los patos parpan.
Yo escribo mis poemas por docenas.
Apenas los reviso.
No pienso publicarlos
ni aspiro a ganar premios.
Los concursos enturbian el aire obnubilado.

¿A quién vas a decir que el tiempo es oro,
en tanto te desmiente la orbicular Naturaleza?
Los gansos sisean.
Las abejas zumban.
Relinchan los caballos y balan las ovejas.
Arrullan las palomas,
que según dicen los expertos, también zurean.

Yo escribo mis poemas a montones
negando lo solemne y lo divino
de un acto que semeja el croar de las ranas,
el rebuzno del burro,
el habla de los loros
y el silbido del mirlo.

Yo escribo mis poemas para nadie.
Para que los discutan  los llanos y locuaces,
los herméticos,
los pobres y los ricos,
o desangren colgados de una horca
sin testigos del duelo.
La perdiz cuchichea.

Me emocionan las sílabas que mido,
blablablá, miau, miau, miau,
el maullido de gato acostumbrado
a entrar por las ventanas de mi casa.

Los elefantes barritan.  Los lobos aúllan.
El cóndor grita.
Las cigüeñas crotoran.
Los bebés nacen llorando,
aunque haya excepciones a esta regla.

Yo escribo mis poemas imposibles
que van derecho al cesto de basura
con la ceguera de soltar alguno
que encienda un corazón enamorado.
Tarea de titanes o de tontos.
Tristeza de poetas torturados.
El tablero del mundo tiene escaques
y canta cada quien como más puede.

¿Qué es lo que te sorprende todavía?






La noche después

La noche después

De cómo armonizaban amor y desencuentro
lo supiste  la noche
después de haber llorado.

Yo solo te observaba como viendo a un cadáver
de una serie aburrida
en la tele del sábado.

No pude soportar tu inapetencia
de máscara romántica,
con coraza de acero.

Guarda de mí el recuerdo
que es todo lo que tengo para darte.
Los juegos de artificio te han robado los ojos.

Me miras como a un búho
de bosques profanados.
No quiero hacerte trampas de comedia amorosa.

Yo solo te observaba quebrar mi biografía,
sabiendo que exigías
regodeos tiránicos.

Aunque debo admitir: Yo solo te observaba
vacilante y austera
aguardando mi  turno

con un as en la manga.

Animales del Abasto


Animales del Abasto

La madre no se llamaba Virtudes sino Victoria.
Los de la mafia le pusieron de sobrenombre "Wüito"
por el bailador flamenco que nació en 1942
y triunfó siendo muy joven en España.

Rozaba los 40 pero aparentaba 66.
Cada noche pedía una copa a cambio de una felatio.
Nadie sabía a ciencia cierta si era hombre, mujer o espantapájaros.
Fue internado en la guardia hospitalaria,
después de haber sido molido a patadas
por cuatro o cinco animales del Abasto.


Omisiones fundadas

Omisiones fundadas
                                                        A Lalo Mir


Me encanta esa manera ahogada de omitirme
que tienen los críticos de arte
de la industria cultural.
A fuerza de no mencionarme
he dejado de existir en sus ciudades pequeñas
con algas marinas marchitas y puños esposados.
Aprecio con asombro  sus glandulares límites
y me pregunto si se darán cuenta
del sordo desconcierto que desprecia matices
en babas humilladas por la estética fácil
del consumo masivo.
La cruzada que acatan es tormenta de nieve.
Se derrite con los primeros soles
y el ultraje se torna resistente al secreto.
Gimen los trovadores nostálgicos
y se sientan a aplaudir
en huelga de brazos caídos
la batalla perdida.
La vanguardia economiza los elogios,
con reconfortante indiferencia,
configurando
una página impropia
en el canal de las revelaciones
reaccionarias y francas.

Hace años pensaba
que mi poesía era pobre,
intrincada,
de baja calidad,
vestida con harapos residuales.
Y tal vez, así sea. ¿Quién lo sabe?
Pero el empeño tan brusco que llevan a cabo
por no decir mi nombre
me da la estúpida impresión
de que lo gritan a los cuatro vientos,
levantando el silencio como una bandera herida,
mordiéndose los labios
por no trastabillar con la palabra absurda
que los libere de la tremebunda opresión
de tanta esclavitud consentida de antemano.
Su mutismo me honra.
Sin quererlo, expresamente,
me califican de outsider,
me enaltecen y crean una mitología
con sonido inaudible
como un recuerdo que se olvida
para sanar el corazón deshabitado
y sin embargo, persiste
igual que un eco subterráneo
de los tiempos que pasan sin estigmas.
No tengo más que agradecer
esa exquisita forma de ostracismo
afilado, pulido,
sutil, corroborado,
porque toco sus vahos menudos como bueyes
de un mundo de historietas
que se perdió en la infancia
entre lápices de colores,
apenas dibujados por la imaginación febril
del sueño del maestro.
Siento pena por aquellas tribus incapaces
de ver puentes y carriles en las nubes.
Quiero extender  mi mano
a todos ellos,
con la sabiduría que conquistan los años
en un bramido alerta,
pese al olor de muerte
por sobredosis de arrogancia.
                                                               











Precuelas

Precuelas

Al final, tantos ires y venires,
el corazón quedó resquebrajado.
Olvidé que te había conocido.
Olvidé hasta tu aspecto y tu perfume.

Nos unen solamente, algún poeta,
una flor que se tumba en el florero,
el calor de las tardes de diciembre,
la pasión por Arcadia, la insolencia.

Un náufrago a distancia, no es lo mismo
que los besos que vibran en la lengua.
Tu casa es una isla solitaria,
la mía está en las huellas colectivas.

¿Las locuras de amor son perdonables?
¿Se restañan precuelas dolorosas?
El tonto director está de acuerdo:
Los necios se conforman con sospechas.

Guardarás el secreto hasta la tumba,
que es bien de caballeros ser discreto.
Hay que haberlo vivido sin contarlo,
como quien sube a un tren equivocado.

Por lo menos, yo sé que amaste mucho
los pedazos del libro que rompiste,
fingiendo una estudiada indiferencia
en plena calle y a la luz del día.

Paradita en tu umbral,  fantasma vivo,
fui más verdad que vos,  sin guardaespaldas.
En cambio, las hilachas de tus pasos
dejan a la intemperie las costuras.

Disfrutar nada más. Eso nos queda
en el recuerdo apenas de una historia,
que perdió los estribos y los frenos.
Disfrutar nada más del veredicto.

Suceden raros hechos, y no obstante,
cambiándonos de cama se disipan.
El tiempo en su caótica venganza
dirá que la razón es cosa seria.